eu | es
Inicio » Volumen I » 5. Testimonios » Miren eta Kontxi Odriozola Uzkudun

Miren y Kontxi Odriozola Uzkudun nacieron en el caserío “Gerra Haundi” de Azpeitia, junto a otros seis hermanos y hermanas. La madre, Encarnacion Uzkudun Oiarzabal, era del caserío “Gurutzaga” de Errezil. El padre, Jose Ramon Odriozola Alberdi y un tío, Inazio Odriozola Alberdi, combatieron a las tropas de Franco en las filas republicanas.

Bombardeo de Gernika: decía que fueron más de sesenta aviones echando bombas uno detrás de otro.

Decía que el río Ebro estaba rojo por toda la sangre vertida.

Iban todas las noches a buscar a alguien, abrían las puertas y decían sus nombres, para fusilarlos; estuvo esperando oír decir su nombre durante tres meses.

 

¿Qué os contaba vuestra madre sobre el comienzo de la guerra?

Nos contaba que cuando los requetés y carlistas que venían de Navarra lanzaban tiros, ellos solían estar en la cocina, con un colchón puesto en la ventana, para que la tapara y no entraran tiros en casa.

Vuestro padre, al comenzar la guerra, fue a luchar contra las tropas sublevadas. Para entonces vuestro padre y madre ya salían juntos, ¿verdad?

Así es, y cuando mi padre se fue, mi madre se quedo aquí esperando durante siete años. Decía que desde su casa se oían las bombas que explotaban en Bizkaia, también por las noches, y que ella se despertaba con el miedo de no saber cómo se encontraría nuestro padre.

¿Por qué se fue a la guerra vuestro padre?

Se fue porque era nacionalista. Era vasco y nacionalista, y además de izquierdas. Por eso marchó a defender la república, a defender Euskal Herria.

¿Por dónde anduvo?

Anduvo por Bizkaia junto a su hermano Inazio y otros conocidos de Azpeitia, defendiendo su pueblo, defendiendo su patria. Estuvieron allí durante un tiempo. Ellos no tenían la ayuda de ninguna aviación, y cada vez que tomaban un monte los aviones de Franco los bombardeaban, y tenían que retroceder. Pero contaba que por la noche volvían a tomar el monte, y así una y otra vez.

Vivieron de cerca el bombardeo de Gernika.

En la víspera del bombardeo estuvieron en Gernika, y al anochecer vieron como la bombardeaban desde el monte en que se encontraban. Decía que fueron más de sesenta aviones echando bombas uno detrás de otro. Debió de ser tremendo. Ellos se salvaron porque huyeron al monte. Muchos de los que se quedaron en Gernika murieron. Había un hombre, que trabajaba vendiendo periódicos en Azpeitia. Aquel perdió un brazo, murió hace tiempo.

¿Qué es lo que sucedió cuando las tropas sublevadas tomaron Bilbao?

Que uno que hasta entonces anduvo luchando junto con mi padre los vendió. Se pasó al otro lado, y los traicionó al contarles todos los planes que tenían pensados.

Y después lo cogieron preso.

Así es. Los requetés lo detuvieron en Laredo y lo llevaron a Teruel. Decía que allí hacía mucho frío. Que un día se despertó y sintió mucho peso encima, y que era nieve lo que tenía. Los requetés los obligaron a luchar en el frente, hasta que un día un amigo de mi padre decidió que tenían que volver al lado de los republicanos. Pero claro, no era tan fácil. Así, un día, dejaron unas gallinas y unos cuantos animales en un caserío cercano, y convencieron a un requeté llamado Antonio para que fuera a recogerlos a ese caserío. Aprovechando el momento lograron escapar y unirse a los republicanos.

Tomó parte también en la lucha del Ebro.

Sí. Decía que el río Ebro estaba rojo por toda la sangre vertida.

Pero lo capturaron por segunda vez, esta vez los «moros».

Nuestro padre decía que si le hubieran capturado los requetés le hubieran matado, pero que se salvó porque lo capturaron los «moros». Lo llevaron a la cárcel, a Tarragona, a Reus, no sé muy bien donde. Los trasladaron en tren, y decía que cuando llegaron y empezaron a bajar tenían a un montón de gente mirándoles. Y le debió de oír decir lo siguiente a una mujer: «Qué decepción, yo creía que estos tenían cuernos y rabo, y son como nosotros».

      Mientras estaba en la cárcel le pusieron la pena de muerte, y estuvo durante tres meses con presos que estaban en su misma condición. Iban todas las noches a buscar a alguien, abrían las puertas y decían sus nombres, para cogerlos y fusilarlos. Estuvo esperando oír decir su nombre durante tres meses. Debía de estar allí también preso Ciriaco Agirre, de Azpeitia, pero aquel hacía trabajos de administración. Contaba que después de tres meses, el día de San José, Ciriaco le avisó de que le habían conmutado la pena de muerte. Luego tuvo juicio, y lo condenaron a treinta años, por gran traición, por ser vasco y separatista. Lo llevaron a «Nanclares de la Oca», y después de pasar por varias cárceles lo llevaron a Donostia, a la cárcel de Ondarreta.

¿Cómo era la vida en la cárcel de Ondarreta?

Allí pasaron hambre, porque no había casi nada de comida. Lo único que tenían era cebolla cocida y alubias grandes llenas de piojos. Pasaron mucha hambre. Cuando la gente empezó a morir de hambre, llevaron a unas monjas para que cocinaran, y entonces la situación mejoró. Se salvaron por eso. Luego dieron permiso a las familias para que los visitasen, y también dejaban que llevasen comida. Pero muchas veces la comida que solían llevar para sus familiares presos, gallinas, membrillo o alimentos producidos en casa, por ejemplo acababan en manos de los funcionarios. Nuestra madre tenía un tío el cual regentaba un bar en Donostia. Desde ese bar les enviaban cazuelas de comida a la cárcel, pero no siempre llegaban.

El cura Aitzol también estuvo preso en Ondarreta antes de que lo fusilaran, y vuestro padre os contó algo al respecto.

Aitzol debía de tener una cruz, y con esa misma cruz le debieron de pegar en el ojo y sacárselo antes de llevarlo a Hernani a fusilarlo.

Mientras estaba en Ondarreta vuestro padre también pasó el tifus, ¿no es así?

Así es. Un hermano suyo también se encontraba preso allí, y decía que pensó que «éste morirá aquí mismo». Salió muy mal de allí, y le costó tiempo recuperarse.

¿Cuando salió de la cárcel?

Le conmutaron los treinta años. Franco concedió una especie de amnistía y le quedó una pena de seis años y un día. Así, un día, un cura nacionalista que daba misa en la cárcel, le dijo: «Mira, yo tengo que dar misa todos los días, y tú podrías ser mi ayudante. Además tengo un trabajo para ti. Las cartas de tus amigos que se encuentran en la cárcel me las traerás a mí, y yo me encargaré de llevarlas fuera. También traeré cartas desde fuera y tú te encargarás de repartirlas». «Si hay que hacerlo estoy dispuesto» respondió nuestro padre. Aprendió en tres días a ayudar a dar misa en latín, y hacia trabajos de acólito. Así, metía en una de sus botas las cartas y avisos de sus amigos para dárselos al cura. Pero con el tiempo se dieron cuenta, y un día le llevaron a una habitación y le hicieron enseñar la bota de su pie izquierdo. Se lo enseñó y no había nada, ya que solía guardarlas en la otra bota. No le ordenaron quitarse la otra, por lo que se libró. Pero andaba con mucho miedo. Pero bueno, hicieron una gran labor permitiendo la comunicación de los de dentro con los de fuera y al revés. Creo que se libró en el cuarenta y uno. Le perdonaron un día por cada dos de condena por hacer trabajos de acólito. Cuando salió de la cárcel regresó a casa.

Pero no por mucho tiempo.

No. Cuando regreso a casa un vecino requeté lo denunció, y lo llevaron a Errenteria, a un batallón de trabajadores, y estuvo allí durante once meses. Debieron de trabajar construyendo carreteras. Un comandante le quiso tener como asistente, y estuvo empleado haciendo trabajos de casa, limpiando, haciendo compras, y trabajos parecidos. Decía que el comandante era franquista, pero que a la vez era un hombre correcto. Entabló buena amistad con nuestro padre. Le debía de preguntar muchas cosas tales como: «¿Porqué razón queréis que Euskal Herria sea independiente?». Y nuestro padre le respondía: «Porque es nuestro pueblo, porque tenemos nuestra propia historia y lengua, y porque no nos sentimos españoles». Y contaba también otra anécdota acerca de este tema. Al parecer, le dijo: «¿Pero para qué queréis la independencia? ¡Tres montes y cuatro berzas!». Después de pasar once meses en Errenteria regresó de nuevo a casa.

¿Cómo fue el regreso a casa?

Tenía que presentarse en el cuartel muy a menudo.

      Luego se casó con nuestra madre y no le dieron permiso para hacer el viaje de la luna de miel. Pero decidieron irse, y se fueron a Bilbao, y de allí a Gernika, porque se lo quería enseñar a nuestra madre. Estuvieron de viaje tres días.

¿Qué es lo que recordáis de la posguerra?

Fue muy dura. Me acuerdo del racionamiento. En función de cuantas personas vivíamos en la familia nos daban tanta comida. Nosotras no pasamos hambre, porque en el caserío siempre había pan, alubias o leche para alimentarse. Los que vivían en el núcleo urbano tuvieron que pasar más hambre que los que vivíamos en el caserío.

      Por lo demás hacíamos vida normal, vivíamos a gusto. Aún y todo en el vecindario había gente que había luchado en el lado de Franco, requetés. Nosotros, los niños, jugábamos e íbamos a casa de unos y otros, teníamos una relación normal. Pero nos dábamos cuenta que nuestros padres no hablaban entre sí. Nuestra abuela nos contaba a menudo lo siguiente: «Mira, esos son requetés, lucharon en la guerra al lado de Franco, y cuando vuestro padre regresó de la cárcel lo denunciaron y tuvo que ir al batallón de los trabajadores». A parte de eso nos contaba otras muchas historias. Por ejemplo, había una casa donde había cuatro maquinas de coser. Al preguntarle a nuestra abuela el porqué, nos respondía que eran máquinas requisadas durante la guerra. Así, aunque los niños jugábamos entre nosotros y manteníamos buena relación, entre los padres no se hablaban. Aún y todo, recuerdo el día en que nuestro padre y nuestra madre dijeron: «No podemos seguir así, sin hablarnos. Esto se tiene que acabar». Así empezaron a saludarse, y las cosas se fueron normalizando.

      Cuando había trabajos de caserío, como recoger el trigo, nos ayudábamos entre todos los vecinos. Pero para eso se necesitó mucho tiempo.

¿Vuestro padre os contaba historias de la guerra?

Sí, nos las contaba por las noches, después de cenar. Éramos pequeñas, y no entendíamos muchas cosas, pero con el tiempo fuimos comprendiéndolas.

¿Qué importancia tiene para vosotras proyectos como este cuyo objetivo es recuperar la memoria histórica?

Miren: Para mí es muy importante y creo que se tenía que haber hecho antes. Han pasado setenta años, pero antes la gente tenía miedo. Poco a poco hemos empezado a hablar sobre el tema, y yo creo que es necesario, para que los jóvenes sepan lo que pasó, porque muchos no lo saben. Yo creo que se alegrará mucha gente. Y creo que se lo debemos a la gente que luchó por defender nuestro pueblo, a los que vivieron y a los que murieron por esa causa. Yo creo que se lo debemos.

      Kontxi: Sí, yo también lo creo así, y creo que se debería de profundizar más en el tema. Aún y todo pienso que habrá gente que no quiera hablar de este tema, porque creen que son historias pasadas. Nos han enseñado la versión de una parte, y mal. Una versión está mal enseñada y la otra escondida. Pero lo que pasa es que los que vienen detrás de nosotros no se dan cuenta de esto; ¿y aunque se lo contemos, que? No lo han vivido en primera persona, y por eso no le dan la importancia que tiene.