El viajero cansado y la mujer bereber
Hace muchos años, en los montes Atlas, donde viven los bereberes, llegó un viajero buscando albergue.
Un campesino lo invitó a su casa y, siguiendo las costumbres de su pueblo, desplumó un par de gallinas para que cenara con él y su mujer.
Luego salió a buscar un poco de miel, dejando al viajero descansando.
Su mujer, con su hijo envuelto en un refajo a la espalda, se afanaba en la cocina: hacía mucho tiempo que no comían gallina.
Su hijo se despertó y comenzó a llorar. Pero su madre no le oía, estaba embelesada por el aroma de la cazuela.
El niño lloraba y lloraba.
El viajero no podía descansar con aquel llanto, y se acercó a la cocina.
¿Qué tiene este niño? No me deja descansar.
Esto no le gustó mucho a la mujer: ¿acaso su hijo no podía hacer lo que quisiera en su propia casa?
Y la mujer le respondió así al viajero que quería descansar:
Escuche, señor: este niño llora cada vez que viene un viajero, y no se calma hasta que llega mi marido con su cuchillo: le corta las orejas al viajero y se las da a nuestro niño para que juegue con ellas.
Y aunque estaba muy cansado, el viajero cogió su mochila y salió corriendo de la casa del joven matrimonio berebere.
Entonces la mujer escondió la cazuela, y cuando llegó su marido le dijo así:
El viajero se ha escapado con las gallinas.
El joven berebere, indignado, salió tras el viajero ladrón, gritando:
¡No te lleves las dos, déjame una!
Pero el viajero, como no quería perder ninguna de sus dos orejas, corría cada vez más rápido.
Y mientras ellos corrían y corrían, la joven bereber se comió la cazuela entera con su hijo.
Texto: Koldo Izagirre
Traducción: Koldo Izagirre
Voz: Iñaki Berazategi