«Sé bueno hijo mío —aconsejaba una madre— sé bueno y cuando lleguen las armas, lucha con fe y con ardor para reconquistar la tierra que habéis perdido»(*).
El lunes 7 de septiembre de 1936 a las seis de la tarde se celebró el último pleno de la corporación municipal azpeitiarra elegida democráticamente en abril de 1933. Ese mismo día, la Comandancia de Azpeitia emitió un comunicado en el que se reclamaba la formación urgente del Gobierno Vasco y se denunciaba el caos existente entre los defensores del régimen republicano. Desde entonces la situación fue agravándose en la línea del frente ante el avance de las tropas sublevadas. El día 13 cayó Donostia, una ciudad de la que había huido prácticamente la mitad de su población(*).
El 19 de septiembre los golpistas se encontraban ya en Bidania y posteriormente en Errezil. En Azpeitia, ese mismo día del 19 apareció un grupo de milicianos de la CNT, lo que hizo tensar la situación en las calles de la localidad ante el miedo de que atacaran algún centro religioso. Asimismo, se temía que pudieran actuar contra las personas que permanecían presas tanto en la cárcel de Azpeitia como en el cuartel de Loiola, los cuales estaban bajo jurisdicción Comité de Defensa, tanto los encarcelados en la prisión de Azpeitia como los que se encontraban en Loiola. Ante este hecho Gregorio Segurola, uno de los máximos responsables del Comité, dio la orden de liberar a los presos(*). No obstante, a consecuencia de la apresurada evacuación de la Comandancia de Azpeitia, varios de los encarcelados quedaron atrapados en Loiola. Al parecer, en la noche del 19 al 20 el miembro del Comité de Defensa Santiago Zudupe logró forzar la puerta de entrada a la prisión y esconder en un lugar seguro a los presos que allí se encontraban, evitando que el grupo de cenetistas que merodeaba el cuartel de Loiola pudiera agredirlos(*).
Esos mismos cenetistas, o quizá otro grupo, fueron los que se habían presentado en el acuartelamiento de Loiola en la mañana del 19, al tiempo que la Comandancia de Azpeitia procedía a desmontar sus instalaciones. Según relata Antonio Loinaz en sus memorias «un comandante de la CNT se presentó en Loiola solicitando 2 gudaris y 2 médicos conocedores de la zona de Errezil, para hacer frente a los requetés que venían de Bidania». Uno de los elegidos fue Antonio, el cual regreso a las pocas horas junto a la mitad del batallón «sin disparar un solo tiro», mientras que el resto de la unidad se dirigió hacia el Hernio(*).
Finalmente, el día 20 de septiembre Azpeitia cayó en manos de los sublevados. Aquel día era domingo y como cualquier otro domingo se celebraron una treintena de misas desde primera hora de la mañana. Sobre las 10:30h apareció el primer blindado de los sublevados escoltado por una docena de requetés(*), y poco después, descendiendo desde Garmendi y avanzando por el camino de Hartzubia y alrededores del barrio de Enparan, se adentró el grueso de la tropa del tercio de Lácaren la villa. Las campanas sonaron y los carlistas partidarios de los ocupantes salieron a recibirlos. Nada más llegar a plaza Txiki se adentraron en el batzoki y lo destrozaron, al igual que otros negocios de la zona. Seguidamente quemaron la ikurriña y la insignia de Emakume en la misma plaza. Del mismo modo, arriaron la bandera republicana que había colgada en el balcón del ayuntamiento e izaron la de Navarra(*).
«Agur ama —gritaba un joven robusto-. Volveremos pronto; confía en que ganaremos la libertad de nuestro pueblo»(*).
La primera consecuencia traumática para la sociedad azpeitiarra fue el éxodo de cientos de vecinos ante el temor de represalias por parte de los golpistas. El sábado 19, el Comité de Guerra de Azpeitia hizo público un bando en el que avisaba de la cercanía de los requetés y la posibilidad de huir de la localidad en trenes habilitados para tal motivo. Empezó entonces la evacuación de Azpeitia, la despedida de aquellos que huían de los familiares que decidían quedarse. Mujeres, niños y ancianos también huyeron, si bien, en menor proporción que los varones que de alguna forma u otra habían colaborado con el Comité de Defensa o simplemente podrían considerárseles contrarios a la sublevación militar. También, evidentemente, huían todos aquellos dispuestos a seguir combatiendo contra los golpistas. Las noticias que llegaban de los huidos de otras zonas de Gipuzkoa que habían sido ocupadas anteriormente por los sublevados eran escalofriantes, por lo que fueron muchos los azpeitiarras que escaparon en los dos trenes que partieron de la estación de Azpeitia a las 15:00h del día 19(*). Según Ignacio Arteche, huyeron de Azpeitia entre 800 y 1000 personas(*).
La mayor parte de ellos se refugiaron en Bizkaia y tras la caída del frente Norte regresaron a Azpeitia. Si bien, aquellos que se refugiaron en tierras lejanas (América, Filipinas, Inglaterra...) tardaron en regresar o no volvieron nunca. Inglaterra fue, por ejemplo, el destino de los hermanos menores de edad PEDROSA MENDOZA (Alejandro, Cecilia, Lolita y Jesús), los cuales partieron desde el puerto de Bilbao el 23 de mayo de 1937(*). El motivo del éxodo de estos niños fue la cercanía del padre, Gabriel Pedrosa, trabajador del ferrocarril del Urola, al movimiento comunista. Por otro lado, al menos uno de los cientos de azpeitiarras exiliados, desapareció y nunca más regreso a casa: Faustino Azpiazu Arrieta «Indotarrak»(*).
Sin embargo, otros muchos vecinos del municipio se quedaron. Sobre todo, evidentemente, simpatizantes carlistas. Pero también, personas de ideología nacionalista como el sacerdote Iñaki Azpiazu, «por creer que el movimiento era únicamente anticomunista»(*). Del mismo modo, decidió no abandonar Azpeitia el alcalde Ciriaco Aguirre, después de que Ignacio Pérez Arregui le convenciera de no hacerlo al pensar que no sería molestado por su buena conducta a partir del estallido de la guerra(*). Se equivocaba el exdiputado tradicionalista, ya que Ciriaco pasaría los siguientes cuatro años encarcelado, condenado por un supuesto delito de «auxilio a la rebelión»(*).
Pero sin lugar a dudas, las personas que más sufrieron las consecuencias del ataque de los sublevados sobre Azpeitia y finalmente su conquista fueron aquellos que perdieron la vida. La primera de ellas fue José Sarasua Uranga «Kukubiltxo»(*), un niño de 11 años que jugaba junto a su amigo Nicolás Aguirre, quien resultó herido. Ambos jugaban el día 20 de septiembre sobre las 11:00h en las proximidades del caserío Enparan-gain, lugar en el que residían. Durante años, la versión oficial sobre lo sucedido responsabilizaba a miembros de la CNT, los cuales habrían confundido al joven con un requeté al llevar aquel una camisa azul. Sin embargo, el 20 de septiembre de 1936 a las 11 de la mañana los cenetistas ya no se encontraban en Azpeitia. En cambio, justo en ese momento del día se producía la entrada de los requetés en la localidad por las inmediaciones del barrio de Enparan, por lo que fueron éstos los que creyendo que huían varios individuos dispararon a José y Nicolás(*).
Por otro lado, debido a los bombardeos sobre la localidad murieron al menos 3 civiles y una cuarta persona fue herida, a pesar de que en diferentes puntos de la localidad se habían acondicionado desde el inicio de la guerra refugios antiaéreos. A este respecto, desde finales de julio varios miembros del Comité de Defensa llevaron a cabo el transporte de sacos de arena desde Zarautz con el fin de construir dichos refugios, si bien, muchos de éstos eran simplemente los establos de los caseríos. Asimismo, la fragua de «Saralle» al final de la calle Enparan y los sótanos del santuario de Loiola fueron lugares a los que acudían a cobijarse apresuradamente los azpeitiarras cuando las sirenas y campanas avisaban de la cercanía de la aviación(*).
En cualquier caso, las tres víctimas mortales fallecieron, según las actas de defunción(*), el 21 de septiembre de 1936, un día después de la entrada de los golpistas en Azpeitia. Sin embargo, desconocemos si fue aquel mismo día 21 o la jornada anterior, incluso podría haber sucedido con anterioridad al día 20, la fecha exacta en la que «un pequeño aeroplano» arrojó varias bombas sobre la localidad. Concretamente, una cerca de la parroquia de San Sebastián de Soreasu, en el paraje de Txaribar, y otra a pocos metros del santuario de Loiola. En el caso de que los hechos hubieran sucedido el día 21, resultaría ciertamente extraño que la aviación franquista hubiera bombardeado varias zonas de un municipio que ya controlaban sin ningún tipo de contratiempo desde la jornada anterior, por lo que no se puede descartar que los responsables del bombardeo hubieran sido aviadores republicanos. Más aún, si atendemos a los lugares en los que fueron arrojados los artefactos. No obstante, también es preciso señalar que en estos días cercanos al 20 de septiembre de 1936 existió cierto caos administrativo debido a la proximidad de las tropas golpistas y a la evacuación de centenares de azpeitiarras. Por tanto, al igual que ocurre en otros municipios, los datos de los registros de defunción pudieran ser erróneos, ya sea por el desconcierto citado o intencionadamente.
Si este fuera el caso, si los certificados de defunción no fueran exactos y el bombardeo se hubiera producido con anterioridad al día 20, podría confirmarse que los tres azpeitiarras fallecidos fueron víctimas de la aviación sublevada.
Natural de Azpeitia y vecino de la calle Santiago, José caminaba junto a Raimundo Bereciartua cerca del matadero municipal, en el camino que se dirige al cementerio de Azpeitia, cuando sobre ellos cayó al menos una bomba. Alpargatero de profesión, era soltero y tenía 19 años de edad. Según consta en el acta de defunción, falleció en su domicilio(*).
Al igual que Bernabé, Raimundo falleció a consecuencia «de las heridas de metralla producidas por la bomba de un aeroplano». Nacido en Azpeitia, era vecino del arrabal de Txaribar, zona en la que cayó la bomba que mató a ambos. Raimundo tenía entonces 59 años de edad, estaba casado con Manuel Guridi Cincunegui y era padre de tres hijos(*). Posteriormente, en las actas del ayuntamiento del 9 de noviembre de 1936, se citaba a Raimundo como «fallecido a consecuencia de una bomba lanzada por aviones de los rojos»(*).
José María murió cuando corría a refugiarse en el santuario de Loiola junto a su hijo Benito. Al parecer, falleció en el acto(*) «a consecuencia de heridas por explosión de una bomba», si bien, en el acta de defunción se dice que su muerte se produjo en la casa de la Misericordia el 21 de septiembre. Alpargatero de profesión, José María era natural de Azkoitia aunque residía junto a su familia en «la casa Vista Alegre» en Loiola. Tenía 38 años de edad, estaba casado con María Bereciartua Gogorza, y era padre de tres hijos: José Manuel, Benito y Miren Genobebe(*).
La bomba que causó la muerte de su padre hirió de gravedad a Benito. Al parecer, las heridas de metralla que sufrió le dejaron secuelas durante toda su vida al quedarle alojados en las costillas fragmentos de dicha metralla. Benito tenía entonces 11 años de edad(*).
«Mandamos y mandaremos». Estas fueron las palabras pronunciadas por Cruz María Echeverria Taberna tras el batacazo electoral de los carlistas en las elecciones municipales de abril de 1933, elecciones a las que él mismo se presentó sin conseguir el apoyo popular suficiente para lograr representación(*). Pero no se equivocaba el que fuera concejal del primer ayuntamiento franquista de Azpeitia. A partir del 20 de septiembre de 1936 y durante los siguientes 39 años Azpeitia subsistió bajo las directrices de un sistema dictatorial regido por el militar golpista Francisco Franco Bahamonde y sus partidarios. Comenzaba entonces, un largo período de represión.