Mikelita Otegi Imaz en la actualidad tiene 88 años, vive en Txantrea, y es azpeitiarra de nacimiento. Fue adoptado al poco de nacer por Manuel Torrano Senar y Antonia Razkin Ondueza.
No supimos qué hicieron con su cuerpo, y no pudimos despedirlo ni enterrarlo dignamente.
Mi madre, sin tener ninguna culpa, lo pasó muy mal.
Durante la guerra detuvieron y encarcelaron a tu padre. ¿Por qué?
Mi padre, Manuel Torrano Senar, era capataz, y lo obligaron a tirar un puente, para así detener la entrada de las tropas sublevadas. Esa fue la razón por la que lo encarcelaron.
¿Cómo supisteis que le habían encarcelado?
Mi padre, como todos los días, salió a dar una vuelta a la calle. Solían entrar a un bar que estaba en Erdikale, «Napar txikiye», para tomar algo y volver a casa. Pero ese día no regresó. Vino una persona que ahora no recuerdo quien era a avisarnos de que lo habían metido en la cárcel de Azpeitia. De allí lo trasladaron a Donostia, a Ondarreta, y después de un tiempo lo llevaron al fuerte de Ezkaba, a Iruña. Se encontraba muy lejos de Azpeitia, por lo que no pudimos visitarle ni una sola vez.
Y allí murió Manuel.
Allí murió mi padre, sí. No supimos que había fallecido hasta que un hombre que vivía en Elizkale, al que le llamaban «Eper haundiye» y que también estuvo preso en Ezkaba, nos dio la noticia. No supimos qué hicieron con su cuerpo, y no pudimos despedirlo ni enterrarlo dignamente.
Tu padre murió en la cárcel, y mientras tanto, tu madre, Antonia, tuvo que sacar adelante a tres niños pequeños sola.
Cuando sucedió lo de mi padre yo era muy pequeña, y no tengo muchos recuerdos de él. Pero sí recuerdo a mi madre. Mi madre, sin tener ninguna culpa, lo pasó muy mal. Solía andar pidiendo de caserío en caserío, para poder alimentar a sus tres hijos. Yo la acompañaba normalmente. Íbamos hasta los caseríos de Zestoa, a pedir alubias, trigo, o cualquier género que tuvieran, cargábamos todo y solíamos regresar andando. Pasamos mucha hambre. Yo misma, junto a un amigo que también tenía a su padre en la cárcel, fui un día a robar patatas, y mi madre se alegró mucho al verme regresar a casa con una patata. La peló y la puso a cocer, porque no la podíamos freír, ya que no teníamos ni aceite.
Como no teníamos suficiente con el hambre, la dueña de la casa donde vivíamos, la cual había sido monja, decidió echarnos a la calle. Entonces nos fuimos a vivir al barrio de Sanjuandegi. Nos echó, mientras mi padre se encontraba en la cárcel y mi madre intentaba sacar a sus tres hijos pequeños adelante.