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PRÓLOGO

 

Francisco Etxeberria Gabilondo

Profesor titular de Medicina Legal y Forense (UPV/EHU).
(Donostia, 15 de mayo de 2018)

 

      Cuando a comienzos de este siglo emprendimos la tarea de exhumaciones de hombres y mujeres que durante la guerra de 1936 y el franquismo fueron ejecutados y enterrados en cunetas, no suponíamos que detrás de aquella primera iniciativa se iba a generar un tsunami de semejante magnitud. Aquel acto, que tuvo lugar en la zona minera del Bierzo leonés, tuvo pronto su continuidad en la cercanía, en Zaldibia y Arrasate. La expectación que generó ahondó en muchos aspectos, entre ellos el apoyo institucional a la tarea y la implicación de una nueva generación, los nietos de los represaliados, que querían conocer la verdad de lo sucedió décadas atrás.

      Pero también, entre iniciativas, compromisos y ejercicios relacionados con la memoria histórica, surgió un tema que nos alcanzaba a todos. Un tema transversal que nos recordaba que el sufrimiento y las víctimas no tenían un único color. Hasta entonces, la visibilidad parecía corresponder únicamente a la del bando de los sublevados que, a través de cuarenta años de silencio y otros treinta de olvido interesado, habían construido una parte de nuestro pasado al hilo de su discurso.

      Con la implicación de instituciones, asociaciones y movimientos populares conseguimos reconstruir, sin embargo, ese pasado oculto y, sobre todo, devolver a las víctimas del franquismo, en especial a los familiares que sobrevivieron a la época, no sólo su dignidad, que la habían conservado en sus comunidades particulares, sino la visibilidad que se merecían. El sufrimiento, vuelvo a recalcarlo, no tiene color.

      De aquellas reflexiones nos quedó otra comúnmente compartida. El empuje para aclarar la verdad de la época referida y el rescate de los que quedaban enterrados en lugares inhóspitos, llegaba tarde. Y esta reflexión nos alcanza hasta el presente. En las últimas décadas hemos asistido en nuestro territorio vasco a vulneraciones de derechos humanos, muertes, secuestros, tortura, guerra sucia... El sufrimiento en todos los casos ha tenido una intensidad únicamente mesurable por quien lo ha sufrido o sigue padeciendo.

      Tenemos el deber y la obligación de no esperar a que en un futuro lejano se aborde la tarea de conocer la verdad y a reparar las injusticias cometidas en el reconocimiento de todas las víctimas. Que no suceda como con las víctimas del franquismo, que fueron absorbidas por el empuje de la historia hasta hace bien poco tiempo, cuando su reconocimiento ha sido universal. Estamos a tiempo para evitar caer en la misma piedra.

      Por ello, trabajos como el presente, realizado por el Ayuntamiento de Azpeitia, son mojones significativos que ayudan a desbrozar el camino en la dirección adecuada. Su población fue también pionera en recuperar y ayudar a sanar las heridas infringidas a las víctimas del franquismo y, por ello, es gratificante comprobar como, siguiendo con protocolos similares, se ha lanzado a hacer una lectura completa de lo sufrido y padecido por sus vecinos en las últimas décadas. Introduciendo en su trabajo todas aquellas vulneraciones de derechos humanos que se produjeron, alcanzando a poner sobre el papel, con su sello, aquello que sus vecinos y vecinas conocían ya, pero que, de esta forma, toma carta de naturaleza a través de unas letras certificadas.

      El país que dejemos a nuestros hijos y a nuestras hijas merece un esfuerzo. También en la memoria. Para cuando ellas y ellos siguen el curso de la vida y vuelvan a ser una generación superada por la siguiente, puedan transmitir a sus descendientes que aquellos que les precedieron cumplieron con un deber ineludible, el de transmitir la verdad para que fuera conocida en un futuro. Y que esa verdad sea uno de los valores supremos de una convivencia que se mantenga en el magma democrático que todos anhelamos.