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Inicio » Volumen I » 5. Testimonios » Begoña Errasti Odriozola

Begoña Errasti Odriozola nació en el caserío “Olano”, del barrio de Olatz. Hija de Jose Antonio Errasti y Maria Odriozola.

Para cuando llegaron el hombre yacía muerto; decía que podría tratarse de un médico.

Hicieron carlistas a todos los inquilinos, también a mi padre, porque de no ser así les expulsarían de casa.

 

¿Qué te contó tu madre acerca del periodo de antes de la guerra y de la guerra?

Mi madre, Maria Odriozola, era muy joven cuando vino a trabajar a Azpeitia, a casa del médico Don Antonio. Mientras estaba aquí comenzó a salir con Inazio de Etxezuri, el cual era muy nacionalista, no como la familia de mi madre, que era carlista. Mi madre tenía dieciocho años cuando comenzó la guerra, y a consecuencia de unos actos que realizó su novio a comienzos de la guerra (romper la estatua del Corazón de Jesús y romper los envases de vino de Navarra del bar Astigarraga, bar del alcalde carlista Roque Astigarraga, entre otras cosas), al entrar los requetés, fueron a Etxezuri a requisar y destrozar todo. Como sabían lo que podía suceder, los Arrieta guardaron las cosas de valor en el desván de Don Antonio. Don Antonio ayudaba a todos los que iban a pedirle, fueran del bando que fueran. Por otro lado, mi madre me contaba que los soldados iban y venían de la estación de tren. Los oficiales enviaban a los soldados que venían a las casas más conocidas para que comieran y durmieran allí. Aunque con los dueños de la casa eran educados, no lo eran tanto con las chicas, según relataba mi madre.

Tu padre también te contó varias cosas, entre ellas algo acerca de unos fusilamientos.

Mi padre me contó que solía haber fusilamientos, y que un día supo que iban a fusilar a un hombre en el caserío «Zamaie», en el camino de «Aratz Erreka». Mi padre y Facundo fueron a verlo, pero para cuando llegaron el hombre yacía muerto. Decía que podría tratarse de un médico y que iba vestido con traje marrón y con zapatos marrones y blancos. Y que habían fusilado a ese hombre en el caserío «Zamaie».

Para seguir viviendo en vuestra casa tu padre tuvo que hacerse carlista, ¿no es así?

Así es. Los dueños de nuestro caserío tenían otros muchos caseríos y casas en renta en Urrestilla. Y recuerdo que hicieron carlistas a todos los inquilinos, también a mi padre, porque de no ser así les expulsaría de casa. Decían que los anarquistas habían violado y matado a una sobrina suya de Bilbao de catorce años, y que de ahí venía su odio.

Por otra parte, hubo mucha enemistad entre los vecinos a consecuencia de la guerra.

Sí, recuerdo además más de un caso que refleja esa enemistad. El padre de mi marido, por ejemplo, José Ignacio Aranguren, del caserío «Etxeberri», era alcalde del barrio, y por esta razón tras el inicio de la guerra unos nacionalistas de Aratz Erreka vinieron a buscarle. Otro ejemplo es lo sucedido a Facundo, un hombre que trabajaba en el caserío «Txokolate» de mi madre. Le metieron en la cárcel de Loiola, acusado de ser espía de los sublevados. Pasó unos días allí, hasta que mi madre apareció con unas gallinas y un pan e hizo el trueque con los soldados que se encontraban allí. A una tía mía, Josepa Antoni, que vivía en Landeta, al volver a «Txokolate» de visitar a unos familiares que vivían en Oñatz, la denunciaron y la llevaron a la cárcel de Loiola. Era madre de cuatro o cinco niños y la enviaron a la cárcel. El marido de Josepa Antoni repartía leche en varias casas, y algunos clientes eran nacionalistas. Fue a casa de alguno de ellos a contar lo sucedido y liberó a su mujer con ayuda de ellos. También recuerdo a las hermanas Aranguren. Maritxu, Jesusa y Juana, del caserío «Azauraza», que eran muy nacionalistas. Jesusa daba clases en euskera en las monjas de Olatz. Pero sus vecinos del caserío «Kaminburu» eran carlistas, y les hacía la vida imposible, las tenían siempre controladas. Un día Jesusa organizó junto a las monjas una excursión para los niños de su clase. Recaudaron dinero para realizar esa excursión, y a petición de las monjas, Jesusa guardo ese dinero en su casa. Un día los soldados fueron a registrar su casa, y le requisaron todo el dinero de la excursión. Las otras dos hermanas estuvieron en la cárcel. Les hicieron la vida imposible.

Hubo quien antes de marcharse fue a vuestro caserío a despedirse.

Era un gran amigo de mi padre, de izquierdas, Agustín, del caserío «Etxeberri» de Oñatz. Una noche vino a nuestra casa, a decir que se marchaba y que tenía miedo. Se fue y no regresó nunca. Dicen que lo mataron en Bizkaia, pero sus restos nunca aparecieron.

Tienes también oído que en Azpeitia hubo una prisión donde encarcelaban a las esposas e hijos de los republicanos que fueron a luchar. ¿Qué sabes de eso?

A las mujeres más «rojas», las que tenían a su marido muerto o en la cárcel, las debían de traer al Lazareto. No eran de Azpeitia, eran de fuera, y vivían allí junto a sus hijos. Era como una cárcel, y no eran bien vistas. Aunque no tenían casi nada, tenían servicio médico. El médico era Don Antonio, el dueño de la casa donde trabajaba mi madre.