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Inicio » Volumen I » 5. Testimonios » Begoña Errasti Agirre

Begoña Errasti Agirre nació en el caserío “Amube” el año 1939.

Tenías que hablar en castellano si no querías que te castigasen.

En casa me castigaron por dar esta contestación a un falangista: «Si a su padre no le hubiesen robado toda la hacienda que tenía podría venir vestido de seda»..

 

¿Quiénes eran tus padres, Begoña?

Mi padre se llamaba Francisco Errasti Egiguren. Era del caserío «Trukuman» de Lasao, aunque su verdadero nombre es «Palankabi». Mi madre se llamaba Juana Agirre Oiarzabal. Nada más casarse comenzó la guerra.

Al comenzar la guerra tu padre se fue a Bilbao, a luchar, ¿verdad?

Sí, se fue junto a un hermano de mi madre. Estuvo en Begoña, trabajando en el Departamento de Sanidad del Gobierno Vasco. Posteriormente tuvo ocasión de escapar en el barco «Sota y Andar» desde Bilbao. Le ofrecieron esa oportunidad, pero para entonces mi madre ya había parido y no los quería abandonar.

Y le cogieron preso.

Lo cogieron preso en Bilbo y lo llevaron a Valladolid, al penal de Santa Espina. Mientras a él le tenían allí, a mi madre le quitaron la casa y tuvo que ir a vivir a la de sus padres.

¿Cómo consiguió tu padre regresar a casa?

Mi padre pertenecía a «Adoración Nocturna», y creyendo que este hecho le ayudaría a salir antes de la cárcel, mi madre se fue a Zestoa a pedir un informe que lo ratificara. El señor que se encargaba de realizar esos trámites le dijo lo siguiente al escuchar su petición: «Te lo haré con gran gusto, ya que queremos atraparlo para fusilarlo». Y mi madre respondió: «Pues pronto lo tendréis aquí». Y así, envió el informe a Valladolid, y al poco tiempo mi padre pudo regresar a casa.

¿Cómo fue su regreso al pueblo?

Se tenía que presentar en la comandancia muy a menudo, y tenía miedo porque a muchos que los obligaban a presentarse, los enviaban al penal de Santoña. Pero mi padre quedó libre con dos condiciones: Por un lado tenía que permanecer escondido en el caserío durante tres años. Y por el otro, como mi padre realizó estudios de practicante en Valladolid durante un tiempo, tenía que ayudar a curar a los heridos de las tropas sublevadas. Así durante tres años. Después puso una oficina y trabajó como practicante de la Diputación y del Urola.

Tu madre también sufrió represalias. Tuvo que pasar un tiempo en Lazkao.

Al principio le dieron la orden de que se marchara a Iruña. Estaba embarazada de ocho meses, y no tenía ningún conocido allí. Primero se escondió en el caserío de unos familiares, pero la Guardia Civil la encontró enseguida y le volvieron a ordenar que se marchara a Iruña. Al final consiguió permiso para ir a Lazkao, a casa de una hermana suya que estaba casada allí. Y luego, cuando le llego la hora de parir, consiguió permiso para poder volver. No pasó mucho tiempo en Lazkao.

Terminada la guerra se impuso la dictadura franquista. ¿Qué es lo que recuerdas de la escuela de esa época?

Tenías que hablar en castellano si no querías que te castigasen. Los jueves solía venir un falangista, y después de responder preguntas acerca de los libros de la falange teníamos que cantar el «cara al sol».

      Una vez me castigaron. Había un alumno de familia muy pobre, y ese falangista siempre se metía con él. Un día, por no ir con el uniforme, le empezó a pedir cuentas, y yo le respondí: «Si a su padre no le hubiesen robado toda la hacienda que tenía podría venir vestido de seda». En casa también me castigaron por esa contestación, pero lo tenía merecido.

      En otra ocasión, al final de curso, vinieron el rector, el alcalde, el capellán, y la monja superiora a poner bandas a los alumnos de buena asistencia y conducta. Mi padre, en tiempos de guerra, le curó el pie al alcalde Astigarraga, que era requeté, y al ponerme la banda dijo: «Para mí es un gran honor ponerle esta banda a una Errasti». Cuando terminó, me levanté y le dije: «No puedo decir lo mismo. Yo me niego a que me ponga usted esa banda». Y me senté. La monja superiora me pidió por favor que no volviera a hacer nada así, pero me despedí de todos y me marché. El capellán, Don José Maria Agirre, era tío de mi madre, y fue a mí casa a contarles todo a mis padres. Como castigo tuve que ir todo el verano a Iruña, a las «Madres Ursulinas».